Hoy he pasado un día genial. He pasado la mañana con una amiga, nos hemos dedicado un rato a reirnos de la crisis gastando el dinero que este mes la empresa ha decidido quitarnos porque según ellos nos dieron de más el año pasado y han dejado nuestros sueldos tiritando, pero aún así, me río de mi empresa y de la agónica crisis que les permite hacer de su capa un sallo y darnos por culo un día sí y otro también.
Y después de gastar me han invitado a comer en su casa y he pasado un día de estupendo sol y calor de verano con unas cervecitas, un mojito con alguna hoja de hierbabuena que me he tragado quedándose anclada a mitad de garganta y algún que otro cubata (para que pasara la hierbabuena, más que otra cosa). Y después de todo, vuelta para casita pero... no he dado con la salida que me llevaba directamente a la carretera así que me
"he perdido". He tomado un largo camino de vuelta que al final yo he convertido en más largo aún, porque he decidido hacer un alto y parar en un lugar que no pisaba desde que dejé la casa de mis padres y de eso hace ya... bufff, ni pensarlo quiero.

Me he bajado del coche, me he colocado mis cascos y me he dedicado a pasear por la
Dehesa de la Villa, ese pulmón que tiene
Madrid y donde tuve el privilegio de vivir de niña. Me apetecía volver a pisar esos pinares y nada más empezar a caminar he ido rememorando y sacando de lo más recóndito de mi memoria tantas imágenes que quedaron en ella para dicha mía. He visto el circuito que hacíamos de niños cuando echaba carreras con los chicos para ver quien ganaba y que me traía por la calle de la amargura porque había un niño al que nunca era capaz de ganar. Ahora han plantado un parque con columpios en todo el medio. Me he visto haciendo carreteras en la arena con las manos para jugar a las chapas, esas chapas que no sé porqué tenian que llevar el nombre de ciclistas pero que nos dedicábamos mi hermano y yo a fabricar con todo el mimo en casa y que eran un auténtico tesoro. He visto los bancos anclados al suelo que antes movíamos a nuestro antojo, hoy llenos de abueletes y familias que habían ido a comer con sus tarteras y su nevera portátil casi a pie de carretera. Antes este lugar estaba en el culo del mundo. Y tan solo un autobús de los que tenían a un señor cobrador apalancao en la parte de atrás, nos conectaba con el resto de la humanidad, de forma que la
Dehesa era un tesoro que disfrutábamos unos pocos. He mirado los pinos que antaño me sirvieron para pasar desapercibida cuando jugábamos al escondite y muchos de ellos, aún seguían allí pese al empeño de estos administradores por cargarselo todo.

He recordado los primeros cigarrillos que fumábamos allí a escondidas y los juegos que los niños se empeñaban en jugar para robarnos un beso. He recordado que allí me fumé mi primer porro paseando con unos amigos y que allí también, en un precioso rincón, me dieron el primer beso. Mientras recordaba estas cosas veía a mi alrededor a un montón de gente que hoy estaba esparcida por cada rincón al que dirigieras la mirada y que yo me empeñaba en apartar de mi vista. He ido sin querer, puesto que andaba sin rumbo fijo, hasta uno de los lugares que más me gustaba de este inmenso parque, el
Mirador. Un zona que estaba más elevada que el resto y donde se veía la Dehesa cortada en dos por una carretera que pasaba por la parte baja y que justo allí se retorcía en una curva sin fin con el peralte a la contra que se vino a llamar con cierto acierto
"la curva de la muerte". Una carretera en la que se celebraron algunos rallyes de poca monta pero que hacían nuestras delicias y que yo, por supuesto, disfrutaba observando la pericia de los pilotos para trazar la curva y donde algún que otro tonto se llevó un buen susto por colocarse donde no debía. Hoy la carretera está cortada al tráfico. De hecho es una zona peatonal con carril bici. Yo prefería esa carretera en lugar de la puñetera tala de árboles que hicieron para construir otra más grande que atravesara la dehesa a la que robaron un terreno bastante considerable.

Ha sido todo un milagro encontrarme con un banco vacío en el mirador. Así que me he sentado a disfrutar del atardecer como hice miles de veces a lo largo de un montón de años. Evidentemente no era un paisaje nevado como el de la imagen lo que se veía hoy pero eso es parte de lo que tenía a mi izquierda. Y al frente, las montañas de la sierra teñidas de ese gris que da la lejanía. Estaba escuchando una música que últimamente me acompaña casi en mi día a día o por lo menos lo hace antes de cerrar los ojos cada noche y que hoy no hacía más que magnificar todo lo que veía y recordaba. Me he encendido un cigarro y mientras que el sol seguía con su recorrido para ausentarse por unos horas hasta el día siguiente he dejado que mi mente siguiera con el suyo. He recordado inviernos embutida en jerseys de lana y envuelta en un abrigo, allí sentada sobre ese mismo banco u otro colocado exactamente en el mismo lugar viendo como poco a poco llegaba la noche entre charlas, risas y petas. Y he disfrutado de mi soledad como hacía tiempo.

Al volver hacia el coche lo he hecho por un camino distinto. Por aquellos lugares que recorría con mi perra dejando vagar la mente como estaba haciendo hoy. Allí en un rincón había antes un pequeño convento de clausura que hoy ya no estaba y donde a veces veía salir a alguna de aquellas señoras enlutadas supongo que a comprar aquello que las permitiera subsistir allí encerradas y me he reído al recordar que durante un tiempo yo decía que quería ser monja
(quien lo diría de mi). Y también ha venido a mi memoria el día que me llevé un susto de muerte al tropezar con una chica que estaba tirada
(para mi que muerta, en esos momentos cuando la vi) en uno de los laterales de la dehesa que era casi más un basurero que otra cosa. Por esa época tendría yo 18 años y estaba con un amigo. De haber sido antes, seguramente hubiera salido corriendo tratando de olvidar lo que había visto. Pero nos acercamos a verla, para darnos cuenta que la tía se había metido un chute y se había pasado de rosca. Nos costó dios y ayuda que volviera a este mundo. Estuvimos con ella yo que sé el tiempo hasta que consideramos que estaba en condiciones de proseguir con una vida que la llevaría muy probablemente a otro vertedero donde ya no podría contarle su historia a nadie. Hay gente que solo un milagro puede salvarla del desastre y esta chica tenía, casi sin remedio, un pie en la tumba.
Y así, pasando de una imagen a otra, de un recuerdo a otro, llegué de nuevo hasta el coche con la seguridad de volver en breve a recorrer otra parte de este inmenso parque en la que se encierran muchos más recuerdos.
Este no es un post que admita muchos comentarios. Es tan solo un trozo de mi que hubiera escrito en cualquier folio de los que rellenaba antes y que acababan guardados en alguna carpeta. Y ahora, con el permiso de quien me descubrió esta maravilla, lo voy a acompañar con uno de los temas que escuchaba mientras veía de nuevo un atardecer en la
Dehesa de la Villa.
Esta canción pertenece a una película que me tuvo sin despegar la vista de la pantalla como casi todas las que hace
Ridley Scott. Se trata de
Black Hawk Down. Basada en un hecho real sobre una misión estadounidense en Somalia y que está exquisitamente realizada. No tenía ni idea de que la música estaba compuesta por
Hans Zimmer e interpretada de forma sublime por
Danez Prigent y
Lisa Gerrard. Otra maravilla para el día de hoy.